Francisco abraza a las
familias del mundo
2013-10-26
Esta tarde en el
Vaticano comenzó el gran evento de las familias del mundo con el Papa
Francisco, para vivir la alegría de la fe, que culminará mañana domingo con la
misa del Obispo de Roma.
El Santo Padre
bendice a todas las familias del mundo, en el marco de la Peregrinación de las
Familias a la tumba de San Pedro, en el Año de la Fe, que ha llegado a la
Ciudad Eterna con el lema de “¡Familia, vive la alegría de la fe!”, y con la
participación de más de 150 mil personas, de más de 70 países de los cinco
continentes
En esta fiesta de
la familia el Papa les dijo que han venido en peregrinación de diversas partes
del mundo para profesar su fe ante el sepulcro de San Pedro, en esta Plaza que
las acoge y abraza, porque como dijo Francisco, “somos un pueblo, una sola
alma, convocados por el Señor que nos ama y nos sostiene.
El Papa Francisco
también saludó a todas las familias que se unieron a este evento a través de la
televisión y de Internet, definiendo a la Plaza de San Pedro una “plaza que se
ensancha sin confines”.
Queridas Familias,
¡Buenas tardes y
bienvenidos a Roma! Vinieron como peregrinos desde tantas partes del mundo para
poder profesar su fe delante del Sepulcro de San Pedro. Esta plaza los recibe y
los abraza. Somos un solo Pueblo con una sola Alma, convocados por el Señor que
nos ama y nos sostiene. Saludo a todas las familias que se unen por la
televisión y por Internet. ¡Una plaza que se agranda sin confines!
Han querido
llamar a este momento “Familia, vive la alegría de la fe”. ¡Me gusta este
título! Escuché sus experiencias, las historias que han contado. He visto
tantos niños y tantos abuelos. He sentido el dolor de tantas familias que viven
en situación de pobreza y de guerra. Escuché a los jóvenes que quieren casarse,
a pesar de miles de dificultades, y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible
hoy vivir la alegría de la fe en familia? Yo me pregunto. ¿Es posible vivir esta
alegría o no es posible? Hay una palabra de Jesús en el Evangelio de Mateo que
nos viene al encuentro: “Vengan a mí, todos ustedes que están cansados y
agobiados y yo los aliviaré”. Frecuentemente la vida es agotadora. También,
tantas veces trágica. Lo hemos escuchado recientemente.
El trabajo es un
esfuerzo. Buscar trabajo es una fatiga, y encontrar trabajo hoy, requiere tanta
fatiga. Pero aquello que pesa más en la vida no es esto. Aquello que pesa más
de todas las cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser
recibidos. Pesan ciertos silencios. A veces, también en familia, entre marido y
mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor el esfuerzo se hace más
pesado, intolerable. Pienso en los ancianos solos, en las familias que tienen
que fatigar porque no reciben ayuda para sostener a quien en casa tiene
necesidad de atención especial y cuidados. “Vengan a mí, todos ustedes que
están cansados y oprimidos” dice Jesús.
Queridas
familias, el Señor conoce nuestras fatigas, las conoce; y conoce los pesos de
nuestra vida. Pero el Señor conoce también nuestro profundo deseo de encontrar
la alegría del descanso. Recuerden, Jesús dijo “Que su alegría sea plena”.
Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Lo dijo a los Apóstoles y lo repite
hoy a nosotros. Entonces, ésta es la primera cosa que quiero compartir con
ustedes, y es una palabra de Jesús “Vengan a mí, familias de todo el mundo
–dice Jesús- y Yo les daré alivio”, para que su alegría sea plena. Y esta
palabra de Jesús, llévenla a casa, llévenla en el corazón, compártanla en la
familia. Nos invita a ir hacia Él para darnos y darles a todos la alegría. Nos
invita a ir hacia él para tener la alegría.
La segunda
palabra la tomo del rito del matrimonio. Quien se casa, en el sacramento, dice:
“prometo serte fiel siempre, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la
enfermedad, y de amarte y honrarte todos los días de mi vida”.
Los esposos en
ese momento no saben qué ocurrirá. No saben qué alegrías y qué dolores les
esperan. Parten como Abraham. Parten en camino juntos, y esto es el matrimonio.
Partir y caminar juntos, de la mano, confiándose a la gran mano del Señor, de
la mano siempre y para toda la vida, sin hacer caso a esta cultura del
provisorio, que nos corta la vida en pedazos.
Con esta
confianza en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con
responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas
y peligros de la vida, pero no tienen miedo de asumir su responsabilidad
delante de Dios y de la sociedad. Sin escaparse, sin aislarnos, sin renunciar a
la misión de formar una familia y traer al mundo a los hijos. “Pero hoy, padre,
es difícil”. Cierto, es difícil, por eso es necesaria la gracia, la gracia que
nos da el Sacramento. Los sacramentos no están para adornar una vida. “Que
bonito matrimonio, que linda la ceremonia, la fiesta” Pero eso no es el
sacramento, no es la gracia del sacramento, aquello es una decoración, y la
gracia no es para decorar la vida, es para hacernos fuertes, para hacernos valientes,
¡para poder ir hacia delante! Sin aislarnos, siempre juntos
Los cristianos se
casan en el sacramento porque son conscientes de tener necesidad. Tienen
necesidad para estar unidos entre ellos y para cumplir la misión de los padres.
En la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, así dicen los
esposos en el sacramento.
En su matrimonio
rezan juntos, y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque se acostumbra hacerlo? ¡No!
Lo hacen porque tienen necesidad para el largo viaje que tienen que hacer juntos.
Un largo viaje que no es por partes, que dura toda la vida, y necesitan la
ayuda de Jesús para caminar juntos, con confianza, para acogerse, uno al otro
cada día, y perdonarse cada día, y esto es importante en las familias, saber
perdonarse. Porque todos nosotros tenemos defectos. ¡Todos! Y a veces hacemos
cosas que no son buenas, hacen mal a los demás. Tener el coraje de pedir perdón
cuando en la familia nos equivocamos.
Algunas semanas
atrás, en esta plaza, dije que para llevar adelante una familia es necesario
usar tres palabras. Quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias, y
perdón.
Tres
palabras claves.
Pedimos permiso
para no ser invasivos. En familia: ¿puedo hacer esto? ¿te gusta
que haga esto? Aquél lenguaje del
pedir permiso.
Damos gracias:
gracias por el amor, pero dime, ¿cuántas veces al día le das las gracias a tu
esposa? ¿Y tú a tu marido? ¿Cuántos días pasan sin decir esta palabra?
¡Gracias!
Y la última,
perdón. Todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, en la
pareja; fuerte algunas veces… Yo digo “vuelan los platos”, ¿eh? Se dicen
palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen el día sin hacer las
paces. La paz se rehace cada día en la familia. Pidiendo perdón: “perdóname” y
se recomienza de nuevo.
Permiso, gracias y perdón. ¿Las decimos todos juntos? Permiso, gracias y
perdón. Bien, hagamos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.
En la vida la
familia experimenta tantos momentos bellos. El descanso, los almuerzos juntos,
las salidas al parque, al campo, la visita a los abuelos, la visita a una
persona enferma, pero si falta el amor, falta la alegría, la fiesta, y el amor
siempre nos los da Jesús. Él es la fuente inacabable.
Allí, Él en el
sacramento, nos da su Palabra y nos da el Pan de su vida para que nuestra
alegría sea plena.
Y para terminar,
aquí, delante de nosotros, éste ícono de la presentación de Jesús al Templo es
un ícono de verdad bello e importante. Contemplémoslo, y hagámonos ayudar por
esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen
su camino. María y José se pusieron en marcha, peregrinos a Jerusalén, en
obediencia a la Ley del Señor. También el viejo Simeón y la profetiza Ana, muy
anciana, llegan al Templo, guiados por el Espíritu Santo.
La escena nos
muestra este encuentro de tres generaciones. Simeón tiene en brazos al niño
Jesús, en el cual reconoce al Mesías; y Ana, está retratada en el gesto de
alabar a Dios y anunciar la Salvación a quien esperaba la redención de Israel.
Estos dos ancianos representan la fe como memoria.
Pero me pregunto,
¿ustedes escuchan a los abuelos? ¿Ustedes abren su corazón a la memoria que nos
dan los abuelos? ¡Los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría
de un pueblo! ¡Y un pueblo que no escucha a los abuelos, es un pueblo que
muere! ¡Escuchen a los abuelos!
María y José son
la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de
todas las promesas. Cada familia, como aquella de Nazaret, está insertada en la
historia de un pueblo, que no puede existir sin las generaciones precedentes.
Por eso hoy tenemos a los abuelos y a los niños. Los niños aprenden de los
abuelos, de la generación precedente.
Querida familia,
también ustedes son parte del Pueblo de Dios. Caminen con alegría juntos a este
Pueblo. ¡Quédense siempre unidos a Jesús y llévenlo a todos con su testimonio!
Les agradezco que hayan venido. Juntos hagamos nuestras las palabras de San
Pedro que nos darán fuerza. Nos darán fuerza en los momentos difíciles. “Señor,
¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Con la gracia de
Cristo, vivan la alegría de la fe.
Que el Señor los
bendiga y que María nuestra Madre los custodie y los acompañe. Gracias.
Opus Dei, Vigo