En Yetigen, Almaty
(Kazajstan) los cristianos han tenido que lidiar con multitud de problemas,
desde la persecución comunista, hasta las bajas temperaturas que en ocasiones
llegan a los cuarenta grados bajo cero. El padre Yaroslav Slovi, impresionado
por la fe de los fieles del lugar, nos cuenta con auténtico asombro cómo viven
la fe en esos lugares.
El
padre Yaroslav Slovi es párroco de la parroquia de San Andrés Kim, en Yetigen,
una de las parroquias de la diócesis de Santísima Trinidad, en Almaty
(Kazajstan).
“Quisiera compartir con ustedes mi experiencia en Kazajstan.
Concretamente, les hablaré de la fe de quienes viven aquí. Durante décadas han
vivido con la esperanza de poder rezar en voz alta, sin miedos y con libertad.
Han padecido muchos sufrimientos y persecuciones, pero también han permanecido
firmes en su amor a Cristo y a su Iglesia.
Recuerdo que en uno
de los primeros inviernos que pasé en el norte de Kazajstán nos dejaban
celebrar misa en un koljoz (se trata de una propiedad agrícola de grandes
dimensiones – típica en la antigua URSS – que cuenta con varios propietarios) en el que las temperaturas
rondaban los cuarenta grados bajo cero. Yo tenía que presidir la eucaristía con
el abrigo bajo la casulla y me veía obligado a calentar con las manos el cáliz
para que la sangre del Señor no se congelara.
En otra ocasión,
haciendo un rato de adoración ante el Santísimo Sacramento, entró en la capilla
un “ascacal” (así nos referimos aquí a los ancianos kazajos que se distinguen
por su sabiduría) que vestía un gran sombrero y preguntó: ¿Dónde
está ese lugar en el que, según me han dicho, se puede hablar directamente con
el Todopoderoso? El “ascacal” formuló esta pregunta ya que, cuando preguntaba a la gente del
lugar el motivo por el que se reunían en esa capilla, ellos le decían que iban
allí para hablar con el Todopoderoso. El anciano se quedó con nosotros un largo
rato y dejó a todos muy impresionados, no por su gigantesco sombrero, sino por
la fe que demostró.
En otra ocasión los
católicos de una aldea me mostraron el lugar donde hace años el sacerdote
escondía la Eucaristía en los tiempos del azote comunista: en el corral, detrás
de un ladrillo. El sacerdote trabajaba a 300 kilómetros en otro koljos, y no
podía viajar con frecuencia. Así que los fieles, que sabían de este escondite,
al pasar por el corral besaban la pared, pues sabían que allí estaba Dios.
Cuando alguno de los fieles estaba gravemente enfermo, otro le llevaba la
comunión usando unas pinzas y unos guantes blancos.
En un pueblo cercano,
una chica joven se quedó ciega. Le pidió al Señor que le devolviera la vista,
prometiendo que ella se ocuparía de la iglesia cuando no pudiera hacerlo el
sacerdote. La chica recuperó la vista, y aunque no sabía leer ni escribir, se
aprendió la Misa de memoria, y durante 30 años, cuando no estaba el sacerdote
-cosa muy frecuente- decía toda la Misa de memoria y de rodillas. De esta
manera el resto del pueblo “asistía” a esta Misa”.
El
padre Yaroslav Slovi pide nuestras oraciones para que el Señor bendiga a las
comunidades de esos lugares. Tienen mucho trabajo por delante en la edificación
de los cimientos de la iglesia kazaja.
Opus Dei, Vigo