Card. Sarah: género, crimen contra la humanidad
Juan C. Sanahuja, el 15.02.15
“¡Promover la diversidad de la ‘orientación sexual’ por África, Asia, Oceanía, América del Sur significa
llevar al mundo a una deriva total de decadencia antropológica y moral. Vamos
hacia la destrucción de la humanidad!”
El Cardenal Robert Sarah* escribió el prólogo al libro de
Marguerite A. Peeters, Il Gender, Una questione politica
e culturale, publicado recientemente en Italia.
Si el libro es importante, también lo son las palabras del
Cardenal Sarah, que con su claridad perforan el velo de ambigüedad y de
hipocresía que rodea a la “perspectiva
de género” incluso, por
desgracia, en sectores del mundo católico. Por eso reproducimos algunos de sus
párrafos
Imponer el género es un crimen contra la humanidad
Dice el cardenal: “(…) De acuerdo con la ideología de género,
no hay diferencia ontológica entre el hombre y la mujer. La identidad del
hombre o mujer no es inherente a la naturaleza, sólo se atribuiría a la
cultura: sería el resultado de una construcción social, un papel que los
individuos interpretan a través de tareas y funciones sociales. Según su
teoría, el género es performativo,
y las diferencias entre los hombres y las mujeres son las regulaciones
opresivas, los estereotipos culturales y las construcciones sociales, que se
deben desconstruir para lograr la igualdad entre hombres
y mujeres.
En nombre de la libertad y la igualdad, las batallas ideológicas
de género obedecen a necesidades individualistas y subjetivistas que tienen
como objetivo organizar la sociedad sin tener en cuenta la diferencia sexual.
Los técnicos de esta teoría y el poderoso lobby que están luchando a favor de
una falta de diferenciación de los sexos -que ellos llaman “la neutralidad
sexual“-, forman un fluido magmático en el que se mezclan cosas
confusamente abstractas y se pone en movimiento, como si se tratara de una
nueva utopía “liberación del deseo“, portadora falsamente de una
felicidad universal. Trabajan para desmantelar lo que ellos llaman el “sistema
binario” hombre-mujer.
Como se puede ver, estamos ante una revolución que busca
revocar el orden de la creación del hombre y la mujer, como Dios manda desde el
principio en su designio de amor eterno. Llevada a cabo por parte de Occidente,
esta revolución se desarrolla en una ausencia sutil, casi total de debate
público. Las consecuencias son muy graves. No sólo se refieren a las ciencias
médicas, las humanidades y sociales: las consecuencias destructivas podrían
llegar a ser cada vez más evidentes en la vida concreta de la gente, de la
persona y de la sociedad, dondequiera que vivamos.
El género consolida hoy sus cimientos y gana más terreno. Una
forma diferente de considerar el matrimonio, la familia, el amor, la dignidad
humana, los derechos y la sexualidad desde una perspectiva esencialmente
subjetivista, están arraigados gradual y sólidamente en el Oeste, y tienden a
expandirse en el resto del mundo. La teoría de género salta a un nivel
superior, decisivo, convirtiéndose en la teoría queer.
Es decir, salta a un deseo generalizado de “desestabilización de la
identidad y de lo institucional” porque la teoría queer, explica Marguerite A.
Peeters, “no se detiene en la deconstrucción del sujeto: afecta
principalmente a la deconstrucción del orden social. […] Se trata de sembrar la
duda sobre las tendencias de orden sexual, para introducir la sospecha sobre
las ‘restricciones de la heterosexualidad’, para cambiar la cultura“, para
demoler las normas convencionales. (…)
Si los cambios subversivos promovidos por el género no dejan
de expandirse, nuestra civilización podría perder el sentido de lo que la
humanidad es, “no en
beneficio de un mundo perfecto, sino en una caída hacia la barbarie” y el
totalitarismo.
Lo que hace que la batalla aún sea más ardua y difícil es que
la revolución cultural llega hoy, de manera significativa, para destruir el vínculo vital
que debe existir entre el derecho y la verdad, lo correcto, lo bueno, lo justo,
la centralidad de la persona humana en la sociedad. Los derechos
humanos están ahora sujetos al procedimiento y las interpretaciones de los
dictados del falso consenso. Una vez proclamadas, estas interpretaciones podrán
ser citadas para adoptar convenciones internacionales, que se convierten en
leyes, en los estados que son parte de esos tratados.
Son las reinterpretaciones decididas por presuntos consensos,
por ejemplo, el acceso universal a la anticoncepción debe ser la prioridad del
desarrollo; la maternidad es un estereotipo a desconstruir;
cierta manipulación genética justifica el sacrificio de embriones; el aborto y
la eutanasia debe ser liberalizados; las uniones homosexuales deben gozar de
los mismos derechos de matrimonio. Este
mismo gobierno global ejerce una fuerte presión sobre los estados para
alinearlos con sus prioridades ideológicas, locuras flagrantes y escandalosas,
que hacen caso omiso del bienestar de los países pobres y las culturas no
occidentales.
Imponer
el género es un crimen contra la humanidad
“¿Los pobres no tienen derechos? ¡Son ellos y
su desarrollo humano lo que debería ser el foco de la cooperación
internacional! En contraste, la frase los “derechos de los homosexuales son derechos humanos y los derechos humanos
son derechos de los homosexuales“, [Hillary Clinton], parece
haberse convertido en el leitmotiv del discurso actual de la gobernabilidad
global y, como consecuencia, se quiere cambiar la cultura de los pueblos a
favor de la libre elección de la “orientación sexual“. Peor aún, en el
mismo momento en que se utilizan los derechos humanos para imponer este tipo de
proyecto ideológico, el secretario de la ONU, de una manera sorprendente,
declara que “ninguna costumbre o tradición, ninguna creencia cultural o religiosa
puede justificar el hecho de que un ser humano se le prive de sus derechos
humanos“, [Ban Ki-moon].
¿Con qué derecho se sacrifican las
culturas y la fe de los pobres en nombre de la homosexualidad, en nombre de los
ídolos de la decadencia moral de Occidente? Se hace necesario, hoy, luchar con
urgencia para conciliar el derecho con el matrimonio y la familia, que es un
bien común de la humanidad. El matrimonio y la familia son anteriores
al poder político, que éste tiene la obligación de respetarlos en su estructura
humana universal.
En nombre de la ideología de género,
reemplazan el matrimonio con las uniones civiles; redefinen las parejas, el
matrimonio, la familia y la descendencia, para favorecer la homosexualidad y la
transexualidad. Están perdiendo la humanidad, el sentido de la realidad
y la razón de las cosas, y contribuyen a la creación de una cultura suicida.
Es semánticamente incorrecto asignar a las parejas homosexuales la palabra
“matrimonio” y “familia", que implican siempre el respeto de la diferencia
sexual y la apertura a la procreación. La homosexualidad altera la vida
conyugal y familiar. No puede ser una referencia educativa para los niños; les
arruina profunda e irreversiblemente. Privar a un niño de un padre y
una madre es una violencia inaceptable. (…) La homosexualidad,
confrontándola con la vida conyugal y familiar, no tiene sentido. Recomendarla
en nombre de los derechos del hombre es, cuando menos, nocivo. Imponerla es un
crimen contra la humanidad.
Es inaceptable que los países
occidentales y los organismos de las Naciones Unidas impongan a los países no occidentales
la homosexualidad y toda su desviación moral, utilizando argumentos económicos
para que revisen su legislación y que condicionen su asistencia al desarrollo a
la aplicación de normas absurdas, subversivas, inhumanas y contrarias a la
razón, al sentido de la realidad. ¡Promover la diversidad de la “orientación
sexual” por África, Asia, Oceanía, América del Sur significa llevar al
mundo a una deriva total de decadencia antropológica y moral. Vamos hacia la
destrucción de la humanidad!
Los países occidentales se han
acostumbrado a la inestabilidad de sus ideas y a la construcción de ideologías
alienantes y fugaces como el marxismo y el nazismo. La exportación de sus
ideologías a largo de la historia siempre ha causado un gran daño a la
humanidad. El pensamiento africano no puede dejarse colonizar de nuevo. Después
de la esclavitud y la colonización están tratando una vez más de humillar y
destruir a África mediante la imposición de género. Es fundamental que los
africanos no se priven de su sabiduría y de su perspectiva antropológica: el
matrimonio y la familia, basados exclusivamente en la relación entre un hombre
y una mujer. La filosofía africana proclama: el hombre no es nada sin la mujer,
la mujer no es nada sin el hombre, y ambos son nada sin un tercer elemento que
es un niño. Un niño es el regalo más grande y lo más precioso de Dios. Es la
expresión más sublime del amor y la generosa fecundidad del don recíproco de
los cónyuges.
Una gran batalla ha comenzado con
poderosos medios subversivos (…). El efecto corrosivo del género, dice
Marguerite A. Peeters, es tan eficaz en la consecución de sus objetivos que
podría dar origen a un sentimiento de impotencia; incluso se sucumbe a la
tentación de adoptar una actitud derrotista y a decir: en cualquier
caso, la catástrofe está asegurada, dejemos que las cosas vayan como van.
Pero Peeters nos dice: nosotros queremos participar en favor de la eterna
vocación al amor del hombre y la mujer, a la comunión y a su complementariedad,
no nos debemos dar por vencidos. (…)
El discernimiento es decisivo.
Comienza con el realismo. Veamos las cosas a la distancia, pongamos la realidad
actual en una perspectiva lo más amplia posible. Por un lado, hay que ser capaz
de abrir los ojos a las realidades difíciles de nuestro tiempo y, por otro,
mantengamos nuestros ojos fijos en el misterio de Dios. En lugar de encerrarnos
en actitudes superficiales de la aceptación o el rechazo, despertemos y
abrámonos a la luz trascendente de la gracia. Hay que “volver a la fuente,
volver a la casa del Padre” y mantener la confianza en la presencia
efectiva de Dios en la historia, una presencia que pasa por nuestra cooperación
activa y el despertar de las conciencias (…)”. FIN, 16-02-15.
*El Cardenal Robert Sarah, es de Guinea, arzobispo emérito de
Conakri, fue nombrado, el pasado 24 de noviembre, prefecto de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
Fuente: La Nuova Bussola
Quotidiana, 18-12-14.
Por Juan C. Sanahuja
Opus Dei, Vigo