«Para el
cardenal Müller, el peligro es un cristianismo de baja intensidad: así no
predicó Jesús»
Carmelo
López-Arias / ReL
2 mayo 2016
Este
martes a las 12.30 horas, en el Aula Magna de la Universidad Francisco de
Vitoria, elcardenal Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, presentará en Madrid su obra Informe sobre la Esperanza
(BAC), su libro-entrevista con el sacerdote y teólogo Carlos Granados, director
general de la Biblioteca de Autores Cristianos.
Fueron dos días enteros de
conversaciones en el Vaticano, precedidos por una larga preparación de los
temas entre el entrevistador y el purpurado, y un intenso trabajo de corrección
posterior. El resultado: un texto realmente importante y que puede ser decisivo
para la Iglesia en los próximos años. Como lo fue otro libro-entrevista escrito
hace treinta años...
-Es
inevitable evocar el Informe sobre la fe del cardenal Joseph Ratzinger en
conversación con Vittorio Messori...
-El título del libro evoca efectivamente
el de aquella otra entrevista de Vittorio Messori a Joseph Ratzinger, cuando
este último era prefecto de la Fe. Quiere ser ciertamente un homenaje al Papa
emérito, con quien el prefecto, como es sabido, tiene una gratísima relación de
amistad. Pero sobre todo quiere evocar un modo de afrontar el diálogo con el
mundo moderno: la Iglesia que dialoga desde la fe; no escondiendo su fe como si
fuera un impedimento o un obstáculo para el diálogo, sino comprendiendo que la
fe es una luz; una luz que debe ser puesta en el candelero para que alumbre a
toda la casa. De aquí el Informe sobre la Fe.
-¿Qué
supuso aquel libro en 1985?
-Era el diagnóstico sereno, clarificador
y elocuente de procesos que estaban en marcha y que hacía falta
“desenmascarar”; era necesario que alguien pusiera nombre a los grandes
movimientos que intentaban colarse por la puerta de atrás en la Iglesia y en la
fe de los creyentes para dinamitarla desde dentro. Esta fuerza de
“desenmascarar” y de “dar nombre a las cosas” fue otro gran logro del Informe
sobre la Fe.
-¿Qué
ha cambiado desde entonces?
-¿Qué ha cambiado desde entonces? Parece
que el gran problema del hombre de hoy se refiere sobre todo a la esperanza.
¿Los signos? Sobre todo el miedo; miedo a engendrar hijos, que son siempre un
signo de esperanza. Esta ahí la grave crisis de natalidad que sufrimos ya en
Occidente y que se contagia a otras regiones de la tierra; miedo a casarse, a
asumir un compromiso para siempre; miedo también ante el fenómeno del
terrorismo, que mina nuestra confianza en un futuro mejor; miedo ante las
crisis (económica, social…) que hacen tambalearse nuestro mundo de confort. El
“miedo” es el gran síntoma de una crisis de esperanza. Este Informe sobre la
esperanza responde a esta situación nueva.
-Con
perspectivas también nuevas...
-No es una repetición de lo de entonces,
ni es una vuelta romántica a posiciones pasadas, no proviene de una retrógrada
conciencia restauracionista. Proviene de un problema real y gravísimo al que se
enfrentan la sociedad y la Iglesia: la crisis de esperanza.
-¿Sobre
qué vectores de la realidad de nuestro tiempo podría incidir de forma más
determinante?
-El libro se estructura en torno a
cuatro preguntas: ¿Qué podemos esperar de Cristo? ¿Qué podemos esperar de la
Iglesia? ¿Qué podemos esperar de la familia? ¿Qué podemos esperar de la
sociedad? Luego se concluye abordando el tema de la misericordia. De este modo,
aparece ciertamente la importancia de la familia, como primera “minoría
creativa” que debe ser capaz de regenerar nuestra sociedad.
-Como
un último bastión, base de la reconquista...
-El prefecto ha querido insistir en lo
siguiente. No se puede afrontar la pastoral familiar con la lógica de encontrar
fórmulas para resolver problemas. Esto genera el pensamiento de que la familia
es una fuente de problemas. En realidad la familia es, ante todo, la gran
esperanza de la sociedad. Sí, yo diría que el libro se dirige en primer lugar a
las familias. Y que trata de generar en ellas una renovada esperanza. No es en
absoluto casual que esta entrevista haya tenido lugar y se edite en el marco
del Sínodo ordinario de la Familia. Manifiesta ciertamente un deseo del
prefecto de la Fe de ofrecer una luz a las familias.
-¿Y
en la Iglesia?
-Están, de un modo muy especial, los
sacerdotes. Creo que tienen un lugar muy especial en el corazón del prefecto y
en el interés que le ha llevado a preparar este libro. El sacerdote puede hoy
perder su esperanza: dejar de entender el sentido del “para siempre” de su
consagración, dejar de comprender la razón de su celibato, pasar a pensarse
como “uno más”, perder el sentido de la “elección de Dios” que le consagra para
el servicio de la Iglesia. A fuerza de golpes, a fuerza de ser acusado por
todas partes de “fariseo”, de “codicioso”, de “mal pastor”… acabar perdiendo la
esperanza de que Dios pueda realmente obrar a través de sus manos. El cardenal
es un apasionado de los sacerdotes. Les habla con palabras de padre, de amigo,
de confidente.
-Hay
varios pasajes de ese tipo en Informe sobre la esperanza...
-Como por ejemplo, el de los maestros:
hay páginas preciosas dedicadas a los educadores y maestros; el de los pobres,
pues hay también partes dedicadas de un modo especial a ellos; el de los
jóvenes…
-Un
hecho sorprendente para muchos es la amistad del cardenal Müller con Gustavo
Gutiérrez...
-Ciertamente, el cardenal Müller tiene
una buena amistad con Gustavo Gutiérrez. Se conocieron en el Perú, donde Müller
ha pasado temporadas largas de su vida y donde ha aprendido nuestra lengua
española. Ahora bien, como decía Aristóteles: “Soy amigo de Platón, pero soy
más amigo de la verdad”. Quiero decir, que la amistad con Gustavo Gutiérrez no
implica que el cardenal sea un ingenuo y no sepa también emitir una palabra
crítica sobre sus posiciones.
-¿Qué
les une y qué les separa?
-Müller ha señalado repetidamente que la
“verdadera teología de la liberación” tal y como él la entiende "es
opuesta al marxismo, así como al actual liberalismo económico”. Müller ha
insistido también en que es “la codicia de los hombres concretos y no las
aparentemente todopoderosas fuerzas del mercado las que han provocado la crisis
financiera mundial”, con ello se enfrenta al dogma de las fuerzas de mercado y
del pecado social-estructural e insiste en las elecciones concretas de la
persona. No voy a entrar aquí en una comparación con Gustavo Gutierrez, que
sería ajena al libro Informe sobre la esperanza. Solo recuerdo lo que dice
Müller en el libro: que el Magisterio ha valorado críticamente aspectos de la
teología de la liberación, pero que ha valorado también positivamente otros:
que ha criticado la mediación socio-analítica y la utilización de instrumentos
conceptuales marxistas; pero que ha valorado otros elementos como la superación
de una contraposición dualista entre el “más allá” y el “más acá”. Me parece
que se trata de un juicio ponderado, que solo puede suscitar rechazo en
espíritus poco católicos, poco universales, incapaces de establecer un campo de
debate cordial.
-Pero
¿qué queda de la teología de la liberación si le quitamos el marxismo en lo
filosófico, el indigenismo en lo cultural y el socialismo en lo económico?
-Creo que ya he dicho algo en la
anterior pregunta. Cuando hablamos de “teología de la liberación” nos referimos
a un concepto enormemente amplio y muy variado, tanto en su teoría como en su
práctica. La teología de la liberación a la que usted se refiere como la suma
de indigenismo, marxismo y socialismo es una de las formas, y precisamente la
que es criticada también por el cardenal Müller. Esta “teología de la
liberación” ha demostrado ya su infecundidad simplemente con el paso del
tiempo: sacerdotes que han abandonado el ministerio, cristianos que han
abandonado la vida sacramental,… El cardenal Müller propone no olvidar los
elementos valiosos que tenía aquella propuesta teológica, como la dimensión
social del pecado o el trabajo sobre una relación adecuada entre el “más allá”
y el “más acá”.
-El
análisis del cardenal Müller sobre la sociedad contemporánea es tan lúcido como
pesimista. ¿Cuál es el lugar de la esperanza?
-El cardenal insistía mucho en la
entrevista a la hora de no confundir optimismo y esperanza. Alguien puede ver
con rotundidad que una sociedad, si sigue por este camino, va hacia la muerte y
vive ya en una cultura de la muerte (como la llamó Juan Pablo II, a quien pocos
acusarían de pesimista). Y, sin embargo, vive con una gran esperanza.
-¿Qué
signos de esperanza concretos ve él en nuestra sociedad?
-Le voy a leer un pasaje del libro: “Hay
muchos hombres y mujeres en la política y en la economía que se esfuerzan por
trabajar por el bien común o, siguiendo con el ejemplo anterior, vemos aún
muchas parejas jóvenes, valientes y firmes, que quieren tener hijos y que luego
se preocupan responsablemente por ellos, por su futuro y por su formación.
Precisamente la experiencia de la generación de un hijo es una imagen poderosa
para recordarnos que es posible aquella esperanza que no defrauda. En el
asombro por el nacimiento de un hijo, experimentamos que en el origen de todo
lo que somos y hacemos hay un don, un «tú» que nos ha regalado el don de la
vida sin esperar nada a cambio; un gran amor nos ha acogido en una familia y ha
velado en todo momento por nosotros”.
-De
nuevo aparece la familia...
-Sí, ciertamente la esperanza vendrá,
como siempre, de que seamos capaces de generar “minorías creativas”.
-Es
la segunda vez que hace referencia a ese concepto...
-Este punto de las minorías creativas me
parece esencial. Ahí están precisamente los signos de regeneración que se
pueden atisbar, en que seamos capaces de generar esas minorías creativas con
las virtudes que las caracterizan.
-¿Cómo
las definiríamos?
-Volvería a citar de nuevo al cardenal
Müller: “Usted me pregunta ahora por los signos que pueden hacer reconocible la
fecundidad de una «minoría creativa». Yo diría, ante todo, que estos signos no
son un simple producto y que, por tanto, los reconocen solamente aquellos ojos
que sepan ver más allá de la pura apariencia de un resultado o una serie de
números. El amor es el signo inconfundible de dicha fecundidad: no un sentimiento
pasajero, sino un amor que se ha hecho maduro y, por tanto, virtud, es decir,
hábito adquirido gracias a un aprendizaje, al haber reiterado unos determinados
actos que desarrollan aquellas potencias operativas del hombre que le permiten
hacer el bien y hacer bien lo que hay que hacer. Las otras virtudes propias de
una minoría creativa serán, en todo caso, las virtudes que la mantienen unida:
la confianza, el sentido de pertenencia, la alegría, la generosidad, el
reconocimiento de la sobreabundancia de lo recibido, la gratitud, la
responsabilidad para trabajar y construir en común. Una minoría creativa se
puede reconocer allí donde se vive la hospitalidad y la acogida del que es
diverso, evitando tanto el gueto y el búnker como la trinchera. Son también
virtudes de dicha minoría las propias de todo aquello que es creativo, como la
audacia, la magnanimidad y la humildad que reconoce la grandeza de Dios”.
-Para
aportar la Iglesia esos elementos, ¿cómo debe regenerarse de su propia
“decadencia”, que el cardenal reconoce?
-El cardenal reconoce que hay algunos
“signos de decadencia”, junto a otros “signos de esperanza”. Es un diagnóstico
mucho más ponderado. Es distinto de decir que la Iglesia esté en decadencia.
Hemos de cuidar los signos de decadencia: son los puntos en los que estamos
llamados a una verdadera conversión. Y creo que el principal signo de
decadencia no lo refiere el cardenal a los números (que haya más o menos
vocaciones a la vida sacerdotal, más o menos parejas que deciden casarse, más o
menos asistencia dominical…). Eso es importante. Pero el principal signo de
decadencia es el peligro de que se imponga un “cristianismo de baja intensidad”
que a base de reducir sus expectativas, pretenda llegar a más gente, licuando
el cristianismo, reduciéndolo a una cuestión de mínimos… este no fue el modo de
predicar de Jesús.
-¿Cómo
predicaba Jesús?
-Él trataba de ir elevando a los suyos,
a los discípulos que le acompañaban, a las gentes de Galilea, trataba de ir
haciéndoles ascender, no de presentar su doctrina de modo que nadie se
escandalizara. Muchos, al contrario, se escandalizaban de Él. Pero eso era
necesario, pues debía darse una conversión en los corazones para poder acoger
su Buena Nueva. En todo caso, el cardenal Müller insiste en que la regeneración
de la Iglesia vendrá por una pastoral sacramental; no vendrá por ninguna forma
de misticismo descarnado: “El cristianismo del siglo XXI será sacramental o no
será”, podríamos decir parafraseando una célebre sentencia de Karl Rahner.
-El
cardenal comenta varias veces la ofensiva mundial de la ideología de género.
¿Puede estar fraguándose un nuevo documento que actualice la Carta a los
obispos de 2004?
-No tengo noticia de que se esté
preparando ningún documento. En todo caso, creo que tanto la Amoris Laetitia, recién publicada, como
el cardenal Müller son muy claros en el juicio sobre la ideología de género.
Cito de nuevo a Müller: “Esta ideología pretende inculcarnos la idea de que no
existe una naturaleza de la persona humana que lo determine a ser varón o
mujer, por lo que la identidad sexual es una opción personal que depende del
propio deseo. El cuerpo deja de ser el lugar del encuentro con un Dios creador
y se convierte en una especie de máquina que puedo moldear, ajustar y utilizar
a mi gusto, en referencia solo a mí mismo y a mis sentimientos”. Y luego en
otro lugar: “La ideología de género, que está detrás de este ataque a la
familia, puede ser un buen ejemplo para entender lo que es una ideología. De
fondo hay toda una concepción de la persona, a partir de unos principios
concatenados por una determinada estructura lógica que no respeta la realidad
de las cosas y que acaba negando al Creador y la condición creatural del
hombre”.
-La
ideología de género intenta penetrar también en la Iglesia a través del
lenguaje...
-En cuanto a la asunción del lenguaje
inclusivo, el cardenal no lo aborda directamente en la entrevista, y tampoco yo
quiero hacerlo. Sí dice que hay una cuestión claramente “ideológica”, de fondo…
y afirma que toda ideología tiene de fondo una “pretensión inconfesable” y esa
pretensión está vinculada con la idolatría, con el posicionamiento de algo que
quiere ponerse en lugar de Dios…
Opus Dei, Vigo