Huevo de pascua
Enrique
García-Máiquez | Diario de Cádiz, 18.09.2016
EN la
última de Woody Allen, una glamurosa pareja es preguntada por el secreto de su
felicidad. Contestan, entre las risas admirativas de todos: "Nos encantan
los niños… de los demás". Se ve que es un clima de opinión, porque hace
poco El Mundo titulaba un reportaje: "¿Por qué sin hijos serás más
feliz?" El trabajo científico que le daba pie lo firmaban Blackstone y Stewart,
sociólogos americanos, que entrevistaron a 21 mujeres y 10 hombres que habían
decidido no tener hijos. El campo de estudio se parece mucho a una tertulia de
amigotes después de una cena y, como se ciñe a quienes habían decidido no tener
hijos, el resultado era previsible.
Pero
lo cierto es que la cuestión está aquí, y tenemos los datos de las ex pirámides
de población, que mejor llamaríamos "huevos de pascua de población",
por la forma que ya tienen y por la pascua que nos terminarán haciendo con las
pensiones, la sanidad y hasta con la paz de las relaciones intergeneracionales.
Sin embargo, insistir en la pascua es contraproducente. Estoy encantado con mis
hijos, pero me entristece verlos como los solitarios sostenedores del futuro
estado del bienestar. Si fuera para pagar pensiones, no los tendría. En Italia
han hecho una polémica campaña que insta a las mujeres a no dormirse en los
laureles: "La belleza no tiene edad, la fertilidad sí". Recordar el
reloj biológico tampoco parece muy motivador. Los partidarios de la infertilidad
aciertan al poner el punto de mira de su propaganda en la felicidad.
Aunque
una cosa es apuntar, y otra, dar en el blanco. Hablar de la felicidad, mientras
no se invente un felicímetro (que iluminaría graves problemas filosóficos y
existenciales) no deja de ser algo bastante subjetivo y presuntuoso. Yo no
quiero presumir de mi felicidad ni echarla a pelear con la de nadie, pero desde
que leí el articulo me obsesiona una idea. No se cuenta en esa felicidad que se
propone la de los hijos, que yo sumaría. Quiero decir, la pareja sin hijos
puede contar la suya, y me parece genial, y se la deseo inmensa. Lo justo es
que a la de mi mujer y a la mía, que no son mancas, se sumen las de nuestros
niños, que corretean alrededor de mi mesa mientras escribo esto, y, si ellos
tienen hijos, que se sigan sumando felicidades, y, si no los tienen y son muy
felices, que recuerden que lo son porque sus padres sí los tuvimos. La
felicidad no es sólo la que se tiene, sino la que se da.