-Entre
los textos inéditos de Unamuno está el que hoy se publica. Lo hallamos en la
Casa Museo de Unamuno, de la Universidad de Salamanca. Se trata de un
manuscrito de 20 páginas, escrito a mano y con una letra muy clara, como
Unamuno solía hacerlo, para que pudieran los linotipistas copiarlo sin
dificultad alguna. En el reverso de la paginita 20, Unamuno escribió a lápiz:
Lunes 13 nov(iembre), 1899.
Jesús y la samaritana tenía que formar
parte de las Meditaciones evangélicas, obra que pensó publicar un día. En una
de las cartas que escribe a su amigo y covizcaíno, Juan Arzadún, el 30 de
octubre de 1897, leemos este texto:
«Mas, como las necesidades de la vida se
imponen y necesito ganar suplemento a mi sueldo, hago artículos. Tengo varios,
uno El mal del siglo, para una revista, y otro, Fantasía crepuscular, para El
Imparcial.
Notas, apuntes y esquemas tengo de
hasta otros treinta y nueve, y algunos en borrador ya. Los que huelen a sermón
los iré reservando, y eso que siempre han tendido a sermón mis artículos más
íntimos.
¡Cómo envenena el literatismo y nos
lleva a tomarlo todo como experiencia y prueba, como lujuria espiritual, según
viva expresión del portentoso san Juan de la Cruz! Éste es el misticismo
castellano hondo, sentido, profundo, austero, elevado».
Un mes más tarde, el 23 de noviembre, le hacía
esta confesión a Leopoldo Gutiérrez Abascal:
«Medito mucho en el cristianismo, en
el Evangelio, anoto mis ideas en cuadernillos, voy perdiendo aquel terror que
la idea de la muerte me causaba a medida que con ella me familiarizo, y voy
casando la fe cristiana con lo más íntimo de mis convicciones y sentimientos en
los años últimos. Pero para lo que me preparo con calma, pidiendo fuerza y
desinterés y pureza de intención, es para la serie de lo que puedo llamar mis
sermones. Tengo hechos dos, El mal del siglo y Jesús y la samaritana. Con Jesús
y la samaritana me sucedió que, leyéndoselo a unos constantes amigos de aquí,
en plena carretera, llegó un momento en que no pude más y tuve que llorar.
Hace muchos años ya, siendo yo casi un
niño, en la época en que más imbuido estaba de espíritu religioso, se me
ocurrió un día, al volver de comulgar, abrir al azar un evangelio y poner el
dedo sobre algún pasaje. Y me salió éste: Id y predicad el Evangelio por todas
las naciones. Me produjo una impresión muy honda; lo interpreté como un mandato
de que me hiciese sacerdote. Mas, como ya por entonces, a mis 15 ó 16 años,
estaba en relaciones con la que hoy es mi mujer, decidí intentar de nuevo y
pedir aclaración. Cuando comulgué de nuevo, fui a casa, abrí otra vez, y me
salió este versillo, el 27 del capítulo IX de San Juan: Respondióles: Ya os lo
he dicho y no habéis atendido, ¿por qué lo queréis oír otra vez? No puedo explicarle
la impresión que esto me produjo.
Los samaritanos, los semi-paganos, los
sencillos, no necesitaron señales ni milagros, creyeron en Jesús con sólo
oírle. Si no veis señales y prodigios, no creéis, dijo Jesús con amargura a los
judíos (Jn IV, 45). ¡Qué hermosa la fe samaritana! Con ella nuestra alma va a
sacar agua al pozo tradicional, al tesoro de la ciencia y del consuelo humano,
al estudio. Y un día nos encontramos al borde del pozo al dulce Jesús,
reposando, cansado del camino, a la hora de Sexta. ¿Cómo es que tantos pueblos,
durante tantos siglos, han adorado y adoran a ese galileo? El problema
religioso tienta nuestro natural deseo de verdad, nuestra sed. Y Jesús, el que
en la cruz exclamó: ¡Tengo sed!, sed
de amor y de adoración y de justicia, nos pide de beber diciéndonos: Dame de beber. Quiere que le demos
nuestro amor, que le estudiemos, pero con amor, no como a vana curiosidad, sino
como a principio de vida de sencillos y humildes. Y entonces le decimos: ¿Cómo tú, el de los simples, pides que te dé
mi amor yo?. Y entonces él, como a la samaritana, nos dice: ¡Si conocieses el don de Dios y quién es el
que te dice: dame de beber!, tú
pedirás de él y él te dará agua viva (Jn IV, 10). Por un momento nos pasa
la idea de pedir fe para vivir tranquilos como los sencillos; es Jesús que nos
dice esas palabras y nos ofrece el agua viva de la fe en él. Y aún resistimos
diciendo que no tiene de dónde sacarla, porque el pozo de nuestra razón es
hondo y no cabe ya que creamos después de haber pasado por el análisis. Y como
la samaritana, le decimos: Señor, dame
esa agua para que no tenga sed ni venga acá a sacarla (vers. 15). Y
entonces nos pide que vayamos a buscar nuestros afectos, nuestros ídolos, los
genios ante quienes nos hemos rendido, las doctrinas a que vivíamos adherimos,
como dijo a la samaritana, que fuese a llamar a su marido. Respondió la mujer y
dijo: No tengo marido. Así tenemos
que decirle: No tenemos ídolo ni dueño.
Y, como ella, nos dice Jesús que hemos tenido varios, que hemos andado de uno
en otro, de un amo en amo, de una doctrina en otra, entregándonos ya a ésta, ya
a aquélla y sin habernos desposado con ninguna; en mera fornicación, buscando
en ellas deleite mental, satisfacción de lujuria espiritual. Así he andado, de
una en otra doctrina, tras el deleite de la mente».
Opus Dei, Vigo