UNA EUROPA EN LA QUE PODEMOS CREER
1. Europa nos pertenece y nosotros
pertenecemos a Europa. Estas tierras son nuestro hogar; no tenemos
otro. Los motivos por los que amamos a Europa superan nuestra habilidad para
explicar o justificar nuestra lealtad. Es cuestión de historias, esperanzas y
amores compartidos. Es cuestión de usos y costumbres, de momentos de pathos y
penas. Es cuestión de experiencias inspiradoras de reconciliación y de la
promesa de un futuro compartido. Los paisajes y los acontecimientos ordinarios
están cargados de un significado especial; para nosotros, no para los demás. El
hogar es un lugar donde las cosas son familiares y donde somos reconocidos, por
muy lejos que hayamos estado. Ésta es la Europa real, nuestra preciosa e
irreemplazable civilización.
Europa es nuestro hogar
2. Europa, con todas sus riquezas y grandezas, está
amenazada por una falsa comprensión de sí misma. Esta falsa Europa se imagina a
sí misma como la culminación de nuestra civilización, pero en realidad quiere
confiscar nuestro hogar. Recurre a exageraciones y distorsiones de las
auténticas virtudes de Europa al tiempo que se mantiene ciega a sus propios
vicios. Aceptando con complacencia caricaturas parciales de nuestra historia,
esta falsa Europa sufre la hipoteca de un insuperable prejuicio contra el
pasado. Sus partidarios son huérfanos por elección y pretenden que ser
huérfano, no tener hogar, es un noble logro. De este modo, la falsa Europa se
felicita a sí misma como la precursora de una comunidad universal que no es ni
universal ni comunidad.
Una falsa Europa nos amenaza
3. Los patrocinadores de la falsa Europa están
fascinados por la superstición de un progreso inevitable. Están convencidos de
que la Historia está de su lado y esta fe les hace arrogantes y desdeñosos,
incapaces de reconocer los defectos del mundo post-nacional y post-cultural que
están construyendo. Además, se muestran ignorantes de las verdaderas fuentes de
la decencia humana que ellos mismos valoran, al igual que nosotros. Ignoran e
incluso repudian las raíces cristianas de Europa. Al mismo tiempo tienen un
enorme cuidado de no ofender a los musulmanes, quienes imaginan que adoptarán
alegremente su visión secular y multicultural. Inmersos en el prejuicio, la
superstición y la ignorancia, y cegados por vanas y orgullosas visiones de un
futuro utópico, la falsa Europa reprime conscientemente el disenso. Y todo esto
lo hace, por supuesto, en nombre de la libertad y la tolerancia.
La falsa Europa es utópica y tiránica
4. Estamos llegando a un callejón sin salida. La mayor
amenaza para el futuro de Europa no es ni el aventurismo ruso ni la inmigración
musulmana. La verdadera Europa está en riesgo por la asfixiante presión que la
falsa Europa ejerce sobre nuestras imaginaciones. Nuestras naciones y cultura
compartida están siendo vaciadas por ilusiones y autoengaños acerca de lo que
Europa es y lo que debería ser. Nosotros prometemos resistir a esta amenaza a
nuestro futuro. Defenderemos, sostendremos y lucharemos por la Europa real, la
Europa a la que verdaderamente todos pertenecemos.
Debemos defender la Europa real
+++
5. La verdadera Europa espera y anima la participación
activa en el proyecto común de la vida política y cultural. El ideal europeo es de solidaridad basada en el
asentimiento a un cuerpo de leyes que se aplica a todos pero es limitado en sus
demandas. Este asentimiento no siempre ha tomado la forma de la democracia
representativa. Pero nuestras tradiciones de lealtad cívica reflejan un
asentimiento fundamental a nuestras tradiciones políticas y culturales,
cualesquiera que sean sus formas. En el pasado, los europeos lucharon para
hacer nuestros sistemas políticos más abiertos a la participación popular y
estamos justamente orgullosos de esta historia. Pero incluso cuando realizaban
esta tarea, a veces en abierta rebelión, afirmaban con fuerza que, a pesar de
sus injusticias y fallos, las tradiciones de los pueblos de este continente son
las nuestras. Esta dedicación a la reforma hace de Europa un lugar que busca
siempre una mayor justicia. Este espíritu de progreso nace de nuestro amor y
lealtad hacia nuestras tierras patrias.
La solidaridad y la lealtad cívica animan a la participación activa
6. El espíritu europeo de unidad nos permite confiar
en los otros en la vida pública, incluso cuando nos resultan extraños. Los
parques públicos, plazas centrales y amplios bulevares de las ciudades europeas
expresan el espíritu político europeo: compartimos nuestra vida común y
la res publica.Asumimos que es nuestro deber responsabilizarnos del
futuro de nuestras sociedades. No somos sujetos pasivos sometidos a poderes
despóticos, ni sagrados ni seculares. Y tampoco estamos prostrados ante fuerzas
históricas implacables. Ser europeo es poseer una voluntad política e
histórica. Somos los autores de nuestro destino compartido.
No somos sujetos pasivos
7. La verdadera Europa es una comunidad de naciones.
Tenemos nuestras lenguas, tradiciones y fronteras. Sin embargo siempre hemos reconocido
un parentesco común, incluso cuando hemos estado en desacuerdo o nos hemos
enfrentado en guerras. Esta unidad en la diversidad nos parece natural. Y sin
embargo es excepcional y preciosa, precisamente porque no es ni natural ni
inevitable. La forma política más común de unidad en la diversidad es el
imperio, que los reyes guerreros europeos intentaron recrear durante los siglos
posteriores a la caída del Imperio Romano. La fascinación de la forma imperial
perduró, pero el estado-nación prevaleció como la forma política que une
personalidad con soberanía. De este modo el estado-nación se convirtió en el
distintivo de la civilización europea.
El estado-nación es una marca distintiva de Europa
8. Una comunidad nacional se enorgullece de gobernarse
a sí misma a su modo, a menudo presume de sus grandes logros nacionales en las
artes y las ciencias, y compite con otras naciones, a veces en el campo de
batalla. Esto ha dañado a Europa, a veces gravemente, pero nunca ha amenazado
nuestra unidad cultural. De hecho, ha sucedido justo lo contrario. A medida que
los estados-nación de Europa se hacían más sólidos y distintos, una identidad
europea compartida se hacía más fuerte. Como consecuencia de la terrible
carnicería de las guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX, emergimos
incluso con una mayor resolución de honrar nuestra herencia compartida. Esto da
testimonio de la profundidad y el poder de Europa como una civilización que es
cosmopolita de un modo justo. No buscamos la unidad forzada e impuesta del
imperio. Por el contrario, el cosmopolitismo europeo reconoce que el amor
patriótico y la lealtad cívica se abren a un mundo mayor.
No apoyamos una unidad impuesta y forzada
9. La verdadera Europa ha sido marcada por el
cristianismo. El imperio espiritual universal de la Iglesia trajo la unidad
cultural a Europa, pero lo hizo sin un imperio político. Esto ha permitido que
florezcan lealtades cívicas dentro de una cultura europea compartida. La
autonomía de lo que llamamos sociedad civil se convirtió en un rasgo
característico de la vida europea. Además, el Evangelio cristiano no nos ofrece
una ley divina omnicomprensiva, y de este modo la diversidad de las leyes
seculares de las naciones puede ser afirmada y defendida sin riesgo para
nuestra unidad europea. No es ningún accidente que el declinar de la fe
cristiana en Europa haya estado acompañado por renovados esfuerzos para
establecer una unidad política, un imperio de dinero y regulaciones, recubierto
con sentimientos de universalismo pseudo-religioso, que está siendo construido
por la Unión Europea.
El cristianismo alienta la unidad cultural
10. La verdadera Europa afirma la igual dignidad de
cada individuo, con independencia de su sexo, clase o raza. Esto también se
deriva de nuestras raíces cristianas. Nuestras suaves virtudes proceden de una
inconfundible herencia cristiana: justicia, compasión, misericordia, perdón,
pacificación, caridad. El cristianismo revolucionó las relaciones entre hombres
y mujeres, dando valor al amor y a la fidelidad mutua de un modo sin
precedentes. El lazo del matrimonio permite tanto a los hombres como a las mujeres
crecer en comunión. La mayoría de los sacrificios que hacemos los realizamos
los esposos por el bien del otro cónyuge y el de nuestros hijos. Este espíritu
de autodonación es también otra contribución cristiana a la Europa que amamos.
Las raíces cristianas alimentan a Europa
11. La verdadera Europa también saca su inspiración de
la tradición clásica. Nos reconocemos en la literatura de las antiguas Grecia y
Roma. Como europeos, luchamos por la excelencia, el culmen de las virtudes
clásicas. En ocasiones, esto nos ha llevado a una violenta competición por la
supremacía. Pero en su mejor versión, una aspiración hacia la excelencia,
inspira a hombres y mujeres de Europa a crear obras artísticas y musicales de
belleza insuperable y a realizar extraordinarios avances en ciencia y
tecnología. Las serenas virtudes de los romanos y el orgullo de la
participación cívica y el espíritu de indagación filosófica de los griegos
nunca han sido olvidados en la Europa real. Este legado es también el nuestro.
Las raíces clásicas fomentan la excelencia
12. La verdadera Europa nunca ha sido perfecta. Los
partidarios de la falsa Europa no se equivocan cuando abogan por el desarrollo
y la reforma, y hay mucho de lo que se ha conseguido desde 1945 y 1989 que
debemos estimar y defender. Nuestra vida en común es un proyecto en marcha, no
una herencia fosilizada. Pero el futuro de Europa descansa en una renovada
lealtad a nuestras mejores tradiciones, no en un espurio universalismo que
exige olvido y auto repudio. Europa no empezó con la Ilustración. Nuestro amado
hogar no será llevado a su consumación con la Unión Europea. La Europa real es,
y siempre será, una comunidad de naciones inicialmente aisladas, a veces
fieramente, y sin embargo unidas por un legado espiritual que, unidos,
debatimos, desarrollamos, compartimos y amamos.
Europa es un proyecto compartido
+++
13. La verdadera Europa está en peligro. Los
logros de la soberanía popular, la resistencia al imperio, el cosmopolitismo
capaz de amor cívico, el legado cristiano de una vida humana y digna, un
compromiso vivo con nuestra herencia clásica… todo esto está desvaneciéndose. A
medida que los promotores de la falsa Europa construyen su falsa “cristiandad”
de derechos humanos universales, estamos perdiendo nuestro hogar.
Estamos perdiendo nuestro hogar
14. La falsa Europa se jacta de un compromiso sin
precedentes con la libertad humana. Esta libertad, no obstante, es muy parcial.
Se presenta como liberación de todas las restricciones: libertad sexual,
libertad de expresión, libertad de “ser uno mismo”. La generación del 68
contempla estas libertades como preciosas victorias sobre un otrora
todopoderoso y opresivo régimen cultural. Se ven a sí mismos como los grandes
libertadores, y sus trasgresiones son aclamadas como nobles y morales hazañas
por las que el mundo entero debería estar agradecido.
Prevalece una falsa libertad
15. Para las generaciones más jóvenes de Europa, sin
embargo, la realidad es mucho menos dorada. El hedonismo libertino lleva a
menudo al hastío y a una profunda sensación de sinsentido. El vínculo del
matrimonio se ha debilitado. En el turbulento mar de la libertad sexual, los
deseos profundos de nuestros jóvenes de casarse y formar familias son
frecuentemente frustrados. Una libertad que frustra los anhelos más profundos
de nuestro corazón se convierte en una maldición. Nuestras sociedades parecen
estar cayendo en el individualismo, el aislamiento y la falta de sentido. En
vez de libertad, somos condenados a la vacía conformidad de una cultura guiada
por el consumo y los medios de comunicación. Es nuestro deber proclamar la
verdad: la generación del 68 destruyó pero no construyó. Crearon un vacío que
ahora se llena con redes sociales, turismo barato y pornografía.
El individualismo, el aislamiento y la falta de sentido se generalizan
16. Al mismo tiempo que escuchamos alardes de una
libertad sin precedentes, la vida europea está más y más regulada hasta el
último detalle. Las normas, a menudo confeccionadas por tecnócratas sin rostro
coordinados con poderosos intereses, gobiernan nuestras relaciones laborales,
nuestras decisiones empresariales, nuestras calificaciones educativas, nuestros
medios de comunicación y entretenimiento. Y ahora Europa busca intensificar las
regulaciones existentes sobre la libertad de expresión, una libertad originaria
europea, la manifestación de la libertad de conciencia. Los objetivos de estas
restricciones no son la obscenidad u otros ataques a la decencia en la vida
pública. Por el contrario, las clases gobernantes europeas desean restringir
manifiestamente el discurso político. Los líderes políticos que dan voz a las
verdades inconvenientes sobre el Islam y la inmigración son arrastrados ante
los tribunales. La corrección política impone fuertes tabúes que consideran
desafíos al status quo más allá de lo aceptable. La falsa Europa no promueve
realmente una cultura de la libertad. Promueve una cultura de homogeneidad de
mercado y conformidad políticamente impuesta.
Somos regulados y manejados
17. La falsa Europa también se jacta de un compromiso
con la igualdad sin precedentes. Afirma promover la no discriminación y la
inclusión de todas las razas, religiones e identidades. En estos campos se ha
hecho un genuino progreso, pero ha arraigado una utópica indiferencia ante la
realidad. Durante la pasada generación Europa ha perseguido un gran proyecto de
multiculturalismo. Pedir o promover la asimilación de los recién llegados
musulmanes a nuestros usos y costumbres, y mucho menos a nuestra religión, ha
sido considerado una enorme injusticia. Nuestro compromiso con la igualdad, se
nos dice, nos exige que abjuremos de cualquier pretensión de que nuestra
cultura sea superior. Paradójicamente, la empresa multicultural europea, que
niega las raíces cristianas de Europa, abusa del ideal cristiano de caridad
universal de forma exagerada e insostenible. Requiere de los pueblos europeos
un grado de abnegación impropio de la naturaleza humana. Requiere que afirmamos
que la colonización real de nuestras patrias y la desaparición de nuestra
cultura es el rasgo definitorio de la Europa del siglo XXI, un acto colectivo
de auto sacrificio en nombre de una supuesta nueva comunidad global de paz y
prosperidad que estaría naciendo.
El multiculturalismo es inviable
18. Hay una gran parte de mala fe en este modo de
pensar. La mayoría de nuestra clase dirigente asume la superioridad de la
cultura europea, que no debe de ser afirmada en público de modo que pueda
ofender a los emigrantes. Dada esa superioridad, piensan que la asimilación
ocurrirá de modo natural y de forma rápida. En un eco irónico del pensamiento
imperialista de la vieja clase dirigente europea, asumen que, de alguna manera,
por las leyes de la naturaleza de la historia, “ellos” se convertirán
necesariamente en “nosotros”, y no conciben que lo contrario pueda ser verdad.
Mientras tanto, el multiculturalismo oficial ha sido desplegado como una
herramienta terapéutica para gestionar las desafortunadas pero “temporales”
tensiones existentes.
Aumenta la mala fe
19. Hay aún más mala fe y de un tipo más siniestro.
Durante la pasada generación, un segmento cada vez mayor de nuestra clase
gobernante decidió que sus propios intereses se basan en una globalización
acelerada. Quieren levantar instituciones supranacionales que puedan controlar
sin los inconvenientes de la soberanía popular. Está cada vez más claro que el
“déficit democrático” en la Unión Europea no es meramente un problema técnico
que pueda ser remediado mediante ajustes técnicos. Más bien parece que este déficit
es un principio fundamental y es defendido con celo. Tanto si busca su
legitimación en unas supuestas necesidades económicas como si lo hace en el
desarrollo autónomo de los derechos humanos internacionales, los mandarines
supranacionales de las instituciones de la UE confiscan la vida política de
Europa, respondiendo a todos sus retos con una respuesta tecnocrática: no hay
otra alternativa. Ésta es la suave pero crecientemente real tiranía a la que
nos enfrentamos.
La tiranía tecnocrática aumenta
20. La hubris de la falsa Europa se
hace ahora evidente, a pesar de los grandes esfuerzos de sus partidarios por
apuntalar sus cómodas ilusiones. Por encima de todo, la falsa Europa se revela
más débil de lo que nadie hubiera imaginado. Los entretenimientos populares y
el consumo material no alimentan la vida cívica. Privadas de altos ideales y
desalentada toda expresión de orgullo patriótico por la ideología
multiculturalista, nuestras sociedades tienen ahora dificultades para aglutinar
una voluntad de autodefensa. Además, ni una retórica inclusiva ni un sistema
económico despersonalizado y dominado por gigantescas corporaciones
internacionales conseguirán renovar la confianza cívica y la cohesión social.
Tenemos que ser, una vez más, francos: las sociedades europeas se están
descomponiendo. Si abrimos los ojos, vemos un uso cada vez mayor del poder del
gobierno, la ingeniería social y el adoctrinamiento educativo. No es sólo el
terrorismo islámico el que provoca la presencia de soldados armados hasta los dientes
en nuestras ciudades. La policía antidisturbios es ahora necesaria para
reprimir violentas protestas antisistema e incluso para manejar a multitudes
ebrias de aficionados al fútbol. El fanatismo de nuestras lealtades
futbolísticas es un signo desesperado de la profunda necesidad humana de
solidaridad, una necesidad que de otra manera queda insatisfecha en la falsa
Europa.
La falsa Europa es frágil e impotente
21. Las clases intelectuales europeas están,
lamentablemente, entre los principales partidarios ideológicos de las ideas de
la falsa Europa. Sin duda, nuestras universidades son una de las glorias de la
civilización europea. Pero donde en el pasado se intentaba transmitir a cada
nueva generación la sabiduría de las épocas pasadas, hoy la mayoría en las
universidades consideran que un pensamiento crítico es irreconciliable con el
pasado. Un faro del espíritu europeo había sido la rigurosa disciplina de honestidad
intelectual y objetividad. Pero durante las dos pasadas generaciones, este
noble ideal ha cambiado. El ascetismo que una vez buscaba liberar la mente de
la tiranía de la opinión dominante se ha convertido en una a menudo
complaciente e irreflexiva animosidad contra todo lo que es nuestro. Esta
actitud de repudio cultural funciona como una forma barata y fácil de ser
“crítico”. Durante la última generación ha sido practicada en las aulas y salas
de conferencias, convirtiéndose en una doctrina, en un dogma. Y unirse a
quienes profesan este credo se considera signo de “ilustración” y de elección
espiritual. Como consecuencia, nuestras universidades son ahora activos agentes
de la destrucción cultural en curso.
Ha arraigado una cultura del repudio
22. Nuestras clases gobernantes están promoviendo los
derechos humanos. Trabajan para combatir el cambio climático. Están
construyendo una economía de mercado más integrada globalmente y armonizando
las políticas fiscales. Están supervisando los movimientos hacia la igualdad de
género. ¡Están haciendo tanto por nosotros! ¿Qué importa cuáles sean los
mecanismos por los que han ocupado sus puestos? ¿Qué importa si los pueblos
europeos son cada vez más escépticos acerca de su generosa ayuda?
Las élites exhiben arrogantemente sus virtudes
23. Ese creciente escepticismo está completamente
justificado. Hoy, Europa está dominada por un materialismo vacío que parece
incapaz de motivar a los hombres y mujeres a tener hijos y formar familias. Una
cultura del rechazo priva a la próxima generación de sentido de identidad.
Algunos de nuestros países tienen regiones en las que los musulmanes viven con
una autonomía informal de las leyes locales, como si fueran más bien
colonizadores que miembros de nuestras naciones. El individualismo nos aísla a
los unos de los otros. La globalización transforma las expectativas de vida de
millones de personas. Cuando son criticadas, nuestras clases gobernantes dicen
que únicamente están trabajando para adaptarse a lo inevitable. No es posible ningún
otro rumbo y es irracional resistirse. Las cosas no pueden ser de otro modo.
Los que se oponen son acusados de nostalgia, por lo que se hacen merecedores de
condena moral como racistas o fascistas. A medida que las divisiones sociales y
la desconfianza civil se hacen más evidentes, la vida pública europea se hace
más desagradable, más resentida, y nadie sabe dónde acabará este proceso. No
debemos continuar por este camino. Necesitamos librarnos de la tiranía de la
falsa Europa. Existe una alternativa.
Existe una alternativa
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24. La tarea de renovación empieza con la
reflexión teológica. Las pretensiones universalistas y
universalizadoras de la falsa Europa revelan que estamos ante una empresa que
es un sucedáneo religioso, con sus inflexibles credos y anatemas. Éste es el
potente opiáceo que paraliza el cuerpo político europeo. Debemos insistir en
que las aspiraciones religiosas tienen su lugar correcto en la esfera de la
religión, no en el de la política, y mucho menos en el de la administración burocrática.
Para recuperar nuestra voluntad política e histórica es imperativo que
re-secularicemos la vida pública europea.
Debemos dar la espalda a un sucedáneo de religión
25. Esto requerirá que renunciemos al mendaz lenguaje
que escapa de la responsabilidad y alimenta la manipulación ideológica. El
discurso de la diversidad, la inclusión y el multiculturalismo está vacío. A
menudo, ese lenguaje es empleado como una forma de caracterizar nuestros
fracasos como si fueran éxitos: la disolución de la solidaridad social es “en
realidad” un signo de acogida, tolerancia e inclusión. Esto es un lenguaje de
marketing, un lenguaje destinado a oscurecer la realidad más que a iluminarla.
Debemos recuperar un permanente respeto por la realidad. El lenguaje es un
instrumento delicado y se corrompe cuando es usado como un arma. Deberíamos ser
promotores de la decencia lingüística. El recurso a la denuncia es un signo de
la decadencia de nuestro momento presente. No debemos tolerar la intimidación
verbal, y mucho menos las amenazas de muerte. Necesitamos proteger a aquellos
que hablan razonablemente, incluso si pensamos que sus opiniones son erradas.
El futuro de Europa debe ser liberal en su mejor sentido, lo que significa el
compromiso con un intenso debate público libre de toda amenaza de violencia y
coerción.
Debemos restaurar un verdadero liberalismo
26. Romper el hechizo de la falsa Europa y su cruzada
utópica y pseudo-religiosa en favor de un mundo sin fronteras significa
fomentar un nuevo tipo de política y un nuevo tipo de político. Un buen líder
político cuida del bien común de un pueblo particular. Un buen estadista
considera nuestra herencia europea común y nuestras tradiciones nacionales
particulares como admirables e inspiradoras, pero también como dones frágiles.
No rechaza esa herencia ni se arriesga a perderla por ningún sueño utópico.
Estos líderes desean los honores otorgados a ellos por su pueblo y no codician
la aprobación de la “comunidad internacional”, que es de hecho el aparato de
relaciones públicas de una oligarquía.
Necesitamos hombres de estado responsables
27. Reconociendo el carácter particular de las
naciones europeas y su identidad cristiana, no tenemos que mostrar perplejidad
ante las falsas pretensiones de los multiculturalistas. La inmigración sin
asimilación es colonización y debe ser rechazada. Esperamos legítimamente que
aquellos que emigran a nuestras tierras se incorporen a nuestras naciones y
adopten nuestra forma de vida. Esta expectativa tiene que ser promovida
mediante políticas sensatas. El lenguaje del multiculturalismo ha sido
importado desde Estados Unidos. Pero la época de mayor inmigración a América
fue a los inicios del siglo XX, un periodo de un notable y rápido crecimiento
económico, en un país sin virtualmente estado del bienestar y con un sentido
muy intenso de identidad nacional a la que los inmigrantes se esperaba que se
asimilasen. Después de admitir a un gran número de inmigrantes, Estados Unidos
cerró sus puertas durante casi dos generaciones. Europa necesita aprender de esta
experiencia norteamericana más que adoptar las ideologías contemporáneas
norteamericanas. Esa experiencia nos dice que el lugar de trabajo es una
poderosa maquinaria de asimilación, que un generoso estado del bienestar puede
impedir la asimilación y que un liderazgo político prudente exige a veces
reducciones en la inmigración, incluso drásticas restricciones. No debemos
permitir que una ideología multicultural deforme nuestros juicios políticos
sobre cómo servir mejor al bien común, lo que requiere comunidades nacionales
con la suficiente unidad y solidaridad para considerar su bien como común.
Deberíamos renovar la unidad nacional y la solidaridad
28. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la Europa
Occidental surgieron vigorosas democracias. Después del colapso del Imperio
Soviético, las naciones centroeuropeas restauraron su vitalidad civil. Estos
son algunos de los logros más valiosos de Europa. Pero se perderán si no
abordamos la inmigración y el cambio demográfico en nuestras naciones. Sólo los
imperios pueden ser multiculturales; la Unión Europea lo será si no logramos
consagrar una solidaridad renovada y unidad cívica como criterios para encauzar
las políticas de inmigración y las estrategias para su asimilación.
Sólo los imperios son multiculturales
29. Muchos creen erróneamente que Europa está
convulsionada sólo por las controversias en torno a la inmigración. En realidad
ésta no es más que una dimensión de una mayor confusión social general que debe
ser corregida. Tenemos que recuperar la dignidad de las funciones y los papeles
dentro de la sociedad. Los padres, los profesores y los catedráticos tienen el
deber de formar a aquellos que están bajo su cuidado. Debemos resistir el culto
y el dictamen de los expertos en la materia que se impone a costa de la
sabiduría, el tacto y la búsqueda de una vida cultivada. No puede haber
renovación de Europa sin un decidido rechazo de un igualitarismo exagerado y de
la reducción de la sabiduría a conocimiento técnico. Apoyamos los logros
políticos de la era moderna. Todo hombre y mujer deben tener igual voto. Los
derechos básicos deben de ser protegidos. Pero una sana democracia requiere
jerarquías sociales y culturales que animen la búsqueda de la excelencia y
honren a aquellos que sirven al bien común. Necesitamos restaurar y honrar
adecuadamente un sentido de grandeza spiritual, para que nuestra civilización
pueda contrarrestar el creciente poder tanto de la mera riqueza como del vulgar
entretenimiento.
Una adecuada jerarquía alimenta el bienestar social
30. La dignidad humana es más que el derecho a que nos
dejen en paz y las doctrinas de los derechos humanos internacionales no agotan
las demandas de justicia, y mucho menos las de bien. Europa necesita renovar un
consenso sobre la cultura moral de modo que el pueblo pueda ser guiado hacia
una vida virtuosa. No debemos permitir que una falsa visión de la libertad
impida el uso prudente de la ley para disuadir el vicio. Tenemos que perdonar
las debilidades humanas, pero Europa no puede florecer sin la restauración de
una aspiración común hacia una conducta recta y hacia la excelencia humana. Una
cultura de la dignidad fluye de la decencia y la asunción de los deberes de
cada etapa de la vida. Necesitamos renovar el intercambio de respeto entre las
clases sociales que caracterizan a una sociedad que valora las contribuciones
de todos.
Debemos restaurar la cultura moral
31. Al tiempo que reconocemos los aspectos positivos
de la economía de libre mercado, debemos resistir las ideologías que tratan de
someterlo todo a la lógica del mercado. No podemos permitir que todo esté en
venta. El buen funcionamiento de los mercados requiere el imperio de la ley y
nuestras leyes no deberían limitarse a vigilar la mera eficiencia económica.
Los mercados también funcionan mejor cuando actúan dentro de instituciones
sociales fuertes organizadas desde su propia lógica, por principios que no son
de mercado. El crecimiento económico, que es beneficioso, no es el bien más
alto. Los mercados necesitan ser orientados hacia fines sociales. Hoy, el
gigantismo de las corporaciones amenaza incluso a la soberanía política. Las
naciones necesitan cooperar para dominar la arrogancia y la falta de mesura de
las fuerzas económicas globales. Apoyamos el uso prudente del poder del
gobierno para preservar los bienes sociales no económicos.
Los mercados han de ser ordenados hacia fines sociales
32. Creemos que Europa tiene una historia y una
cultura que vale la pena mantener. Nuestras universidades, no obstante,
traicionan con demasiada frecuencia nuestra herencia cultural. Necesitamos
reformar los planes educativos para fomentar la transmisión de nuestra cultura
común y evitar el adoctrinamiento de nuestros jóvenes en una cultura del
rechazo. Los maestros y preceptores en cada nivel tienen un deber con respecto
a la memoria del pasado. Deberían enorgullecerse de su papel como puente entre
las generaciones del pasado y las generaciones que vendrán. Debemos también
renovar la alta cultura de Europa haciendo que lo sublime y lo bello sea
nuestro patrón común y rechazando la degradación de las artes en un tipo de
propaganda política. Esto requerirá el cultivo de una nueva generación de
mecenas. Las corporaciones y las burocracias han demostrado ser pobres patronos
de las artes.
La educación debe ser reformada
33. El matrimonio es el fundamento de la sociedad
civil y la base para la armonía entre hombres y mujeres. Es el vínculo íntimo
organizado para sustentar un hogar y criar a los hijos. Afirmamos que nuestros
roles más importantes en la sociedad y como seres humanos son los de padres y
madres. El matrimonio y los hijos son integrales a cualquier visión del
progreso humano. Los hijos requieren sacrificios de aquellos que los traen al
mundo. Este sacrificio es noble y debe de ser reconocido. Apoyamos políticas
sociales prudentes encaminadas a fomentar y fortalecer el matrimonio, la
maternidad y la educación de los hijos. Una sociedad que falla al dar la
bienvenida a los niños no tiene futuro.
El matrimonio y la familia son esenciales
34. El auge de lo que se ha dado en llamar “populismo”
produce hoy día una gran ansiedad en Europa, a pesar de que este término parece
no haber sido nunca definido y es usado casi siempre como una invectiva.
Tenemos nuestras reservas hacia este fenómeno. Europa necesita recurrir a la
profunda sabiduría de sus tradiciones antes que confiar en lemas simplistas y
apelaciones emotivas que dividen. Aún así, reconocemos que mucho de lo que hay
en este fenómeno político puede representar una sana rebelión contra la tiranía
de la falsa Europa, que etiqueta como “antidemocrático” cualquier amenaza a su
monopolio sobre la legitimidad moral. El llamado “populismo” desafía la
dictadura del status quo, el “fanatismo del centro”, y lo hace con razón. Es un
signo de que incluso en medio de nuestra degradada y empobrecida cultura
política, la voluntad histórica de los pueblos europeos puede renacer.
El populismo debe de ser abordado
35. Rechazamos la falsa pretensión de que no hay
alternativa responsable a la solidaridad artificial e impersonal de un mercado
unificado, una burocracia transnacional y un entretenimiento superficial. El
pan y el circo no son suficientes. La alternativa responsable es la verdadera
Europa.
Nuestro futuro es la verdadera Europa
36. En este momento, pedimos a todos los europeos que
se unan a nosotros en el rechazo de la fantasía utópica de un mundo
multicultural sin fronteras. Amamos, y es justo que así sea, nuestras patrias y
buscamos entregar a nuestros hijos todo lo noble que hemos recibido como
patrimonio nuestro. Como europeos también compartimos una herencia común y esta
herencia nos exige vivir juntos en paz como una Europa de las naciones.
Renovemos la soberanía nacional y recuperemos la dignidad de una
responsabilidad política compartida para el futuro de Europa.
Debemos asumir nuestras responsabilidades
Philippe Bénéton
(France)
Rémi Brague (France)
Chantal Delsol (France)
Roman Joch (Česko)
Lánczi András (Magyarország)
Ryszard Legutko (Polska)
Roger Scruton (United Kingdom)
Robert Spaemann (Deutschland)
Bart Jan Spruyt (Nederland)
Matthias Storme (België)
FIRMANTES
En España la han firmado:
Dalmacio Negro Pavón
Francisco J. Contreras Peláez
Rafael Sánchez Saus
Juan Bautista Fuentes
Elio A. Gallego García
Jerónimo Molina
Serafín Fanjul
Francisco Javier García Alonso
Macario Valpuesta Bermúdez
Emili Boronat
Ignacio Ibáñez Ferrándiz
Pedro Fernández Barbadillo
Javier Ruíz Portella
Arnaud Imatz
Álex Rosal
Ángel David Martín Rubio
Enrique García Máiquez
Jorge Soley Climent
Jorge Sánchez de Castro
Carlos Ruiz Miguel
Vigo
Dalmacio Negro Pavón
Francisco J. Contreras Peláez
Rafael Sánchez Saus
Juan Bautista Fuentes
Elio A. Gallego García
Jerónimo Molina
Serafín Fanjul
Francisco Javier García Alonso
Macario Valpuesta Bermúdez
Emili Boronat
Ignacio Ibáñez Ferrándiz
Pedro Fernández Barbadillo
Javier Ruíz Portella
Arnaud Imatz
Álex Rosal
Ángel David Martín Rubio
Enrique García Máiquez
Jorge Soley Climent
Jorge Sánchez de Castro
Carlos Ruiz Miguel
Vigo